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AMORES Y QUERENCIAS


Allá por los años setenta, Charles Aznavour cantaba una preciosa canción Mourir d´aimer, traducida al castellano como Morir de amor. Pues bien, decía Lou Andreas Salomé (1861-1937) que "la mujer no muere de amor, pero sí por falta de amor". Ya se sabe: Terreno seco, terreno yermo.

Antonio Gala, por su parte, desde la experiencia y la sabiduría, define el amor como una "amistad con momentos eróticos". Y es que sin amistad (comprensión y generosidad) es difícil que se dé el amor, al menos, un amor que valga la pena: un amor auténtico (complementario). Y de nuevo, L. A. Salomé: "la profundidad del amor está en la amistad". Pero vayamos por partes. Por lo pronto, dejemos a un lado las apasionadas, juveniles y románticas defunciones por amor y centrémonos en otro tipo de amor, más sosegado y maduro -la edad obliga, ¡carajo-cipote!, ¿qué le vamos a hacer?-. Además, Chavela Vargas -brava donde las haya- lo tiene clarísimo: ni se muere de amor ni por falta de amor.

Habida cuenta de que la naturaleza humana está más cerca de la bisexualidad y de la promiscuidad que de la exclusividad y de la fidelidad, vamos a detenernos en estos dos últimos conceptos. Qué miedo da todo lo que suena a monopolio y exclusividad ("la maté porque [ya no] era mía"), derivaciones, en parte, del monoteísmo religioso (un Dios, el del Antiguo Testamento, que es único, exclusivo y cruel, amén de universalista y expansivo). Si me quieres a mí, ya no puedes querer a otro. Todo, todito, pues, lo quiero para mí: tu sonrisa, tu tesorito y tu alma. Pero ¿se puede imponer semejante castigo en vida? ¡Qué horror! El politeísmo -más acorde con la diversidad psicobiológica y, por lo tanto, más democrático- era más tolerante y comprensivo. Los antiguos griegos, sin duda, conocían mejor el alma humana; tal vez por ello eran más sensatos y menos hipócritas.

En el campo del amor (lo mismo que en el de la amistad) no deberíamos exigir exclusividad ni fidelidad. Eso, te lo dan o no te lo dan, con arreglo a la tipología de la persona, así de sencillo. ¿De qué sirve que yo, por ejemplo, exija a mi esposa que me sea fiel? Si a ella realmente le apetece tener otra relación, la va a tener, y yo probablemente sea el último en enterarme (es lo que suele ocurrir). Por otra parte, si su marido, querida señora, le sigue siendo infiel, no trate de cambiarlo; en todo caso, cambie usted... de marido. ¡Bueno, bueno, está bien!, no nos pongamos tan lúgubres con el magno sacramento, "Roger Vailland dice que sin la Iglesia católica no hubiera sido posible el erotismo. Por una parte, creó las prohibiciones y, por otra, creó un entorno, un ceremonial que le ha suministrado al erotismo su instrumental más rico y novedoso", Mario Vargas Llosa. De hecho, si miramos a los infieles (Egipto, Pakistán, Yemen, Jordania, Líbano, Afganistán...), la situación es peor todavía, puesto que los asesinatos por honor ("la maté [otra vez] porque [definitivamente ya no] era mía"), que maman del Código de Hammurabi y de los códices asirios, están a la orden del día.

En el campo de los deseos, de los sentimientos y de las pasiones no valen las exigencias ni las imposiciones, tan sólo la entrega libre y gratificante. No hablemos, pues, de obligaciones, sino de intercambio compensatorio, de compartir territorios (una cosa es el territorio -lugar de encuentro- y otra, la propiedad), de relaciones horizontales, complementarias, de valores incluyentes... En una palabra: sinergia.

Si en vez de juzgar a las personas por su comportamiento sexual (activo, pasivo; monógamo, polígamo... la variedad resulta enorme), las juzgásemos simplemente por su comportamiento moral (¡no hablo de moral religiosa, por favor!), podríamos sustituir el concepto de fidelidad (sexual) por el de lealtad (actitud de no abandonar humanamente al otro), cuestión de matiz. Y es que una persona tiene buen corazón, o no, al margen de cómo le funcione la entrepierna. ¿Podríamos decir de Picasso, de María Félix, de Alberto Korda, de Frida Kahlo, de Vittorio de Sica, de Isadora Duncan, de Colette, de Edith Piaf o de Francisco Rabal que, por ser promiscuos, fueron malas personas? No olvidemos que el veneno de la fidelidad encierra grandes decepciones. De hecho, el mundo está lleno de esposas insatisfechas y de maridos frustrados. Catherine Deneuve, a propósito del matrimonio, nos dice: "con los años, la mujer se vuelve una arpía y el hombre, un ser aburrido". Como que una cosa es el amor y otra muy diferente, la institucionalización del amor (reglamentación y apropiación). Además, por debajo del matrimonio (casi siempre de conveniencia o de ilusión óptica) sigue habiendo una falta de verdadera amistad. Pero la verdadera amistad sólo se da cuando hay conexión, es decir, simpatía (sentir lo mismo que el otro).

Veamos, a este respecto, lo que nos dice L. A. Salomé (cómo no iba a citarla otra vez, si llevó de cabeza a la flor y nata de la intelectualidad europea de su época, tanto por su belleza como por su inteligencia): "No hay camino que conduzca de la pasión sensual a la simpatía espiritual del ser (sympathie), pero sí hay uno que conduce de la segunda a la primera.". Hombre, tampoco era cuestión de recomendar, aquí y ahora, el tratado De Amicitia, de Cicerón; aunque, pensándolo bien, tampoco estaría nada mal echarle un vistazo. ¡Ah!, y si la amistad conlleva complicidad, entonces ya resulta genial (quant més sucre, més dolç).

Conócete a ti mismo. Y luego, reconócete y acéptate. Sal del armario -aunque el armario sea empotrado-, Mario, o de debajo de la cama -aunque la cama sea turca-, Marta o María. Y vive y deja vivir, corazón, porque "dels pecats del piu, Déu se´n riu". All you need is love, que cantaban los Beatles en el pasado siglo. Pues adelante, mirada al frente y paso firme.

¿Todo por la patria? ¡Noooo! ¿Todo por la empresa? ¡Tampoooco! Recuerda, compañero, si hay que morir... ¡que sea de gusto! Y es que en la vida, todo se acaba, amores, querencias e incluso la vida misma.


Luis Sánchez / agosto de 2001

(publicado en Corondel)

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